domingo, 24 de noviembre de 2013

Serendepia

        
         Tras un profundo sopor despertó en una oscuridad cruel y despiadada, terriblemente desubicado y completamente solo. No tenía fuerzas para levantarse por lo que decidió permanecer tumbado en el suelo escuchando acompasados los latidos de su corazón contra la fría piedra. Su primer impulso fue el de intentar seguir durmiendo, volver a ese estado de placebo donde la mente calla y el subconsciente grita en silencio a través de los sueños. Apretó los párpados con fuerza para no llorar, pero las lágrimas solo entienden de emoción y brotaron por su cara hasta llegar a la boca. Su sabor era amargo, añejo con regusto a derrota y anhelo. Le recordó a ese océano al que tantas veces le había hablado mientras la lluvia le caía por la frente, esperando una respuesta que nunca llegaba. 

Por un momento creyó ver luz, un pequeño halo que traspasaba piedra y carne, pero solo era el  reflejo de un deseo ya pasado, un eco intermitente y vacío de aquella persona que creyó ser. La realidad era otra, la belleza mas pura fue violada por las sombras de su interior y el despojo que quedó le asqueaba. No era más que herida encima de llaga, perfume caduco, costra de pena y lamentos. De no ser por el miedo y la autocompasión apenas parecería humano. 


Deseó poder volar y alejarse de ese suelo contra el que tantas veces se había caído, elevarse por encima de las nubes de invierno y ver el cielo de un azul tan intenso que pareciera irreal, como lo recordaba aquella tarde. Mientras vislumbraba ese recuerdo la negrura desapareció por un momento, por lo que se aferró a él. Sacó de lo más profundo de su ser el olor a salitre y comenzó a vislumbrar aquel sol tan intenso que convertía la arena en perlas carmesí. Por un momento la brisa acarició su pelo y la piel recobró la vida que las arrugas le habían arrebatado. Sus ojos ya no eran de piedra y por primera vez en mucho tiempo se veía a través de ellos. La sangre fluía por todo su cuerpo, alimentando el movimiento de sus extremidades. Podía moverse. Corrió hacia el agua con todas sus fuerzas y de un salto se zambulló entre las olas, dejándose llevar por la corriente. Su cuerpo era una gota de aceite que le alejaba del fondo hacia la superficie, hacia la luz. 

Abrió los ojos con fuerzas renovadas, pero el crisol era opaco. Se dio cuenta que seguía en el mismo sitio, en la misma oscuridad y la angustia volvió a serpentear en su estómago con más intensidad que antes. Movía nervioso los dedos de la mano entre la yerma gleba como si pudiera remover también el pasado. Jugar a ser Dios y mover a su antojo los designios de su pasado, para no errar, para no caer, para no sufrir. “¿Cuántas cosas cambiaría?” El sufrimiento fortalece, el dolor se cura, las pérdidas se superan, los fallos son aciertos del futuro, todo tiene solución salvo la muerte. “¿Qué cambiarías de tu pasado?””¿Hacia donde enfocarías tu futuro?” En que jodido momento de tu vida le has dicho basta a la vida. Te has quedado sentado esperando un futuro incierto, o escapando de un pasado ya pasado y que no volverá. 

    Has amado con remilgos, sin entrar de lleno en ese agujero negro que se lleva la cordura y los miedos, te hubiera llevado al otro lado con una persona a la que le entregarías todo lo que posees, todo lo que eres y ella te habría correspondido. Te ha faltado dar ese paso, por miedo al dolor, y necio, te has quedado a las puertas tantas veces. Miedo de traspasar la última frontera que te hubiera hecho libre. Preferiste dar marcha atrás y huir y ahora te preguntas que se siente cuando ves a dos personas que se besan con pasión, que se miran con dulzura o que se rozan las manos sin decir nada, solo sintiendo el tacto de la persona que ama. Te preguntas porque tu no eres capaz de amar. Y la respuesta te abofetea dejándote sin aliento: por el miedo. Miedo al sufrimiento, miedo a la pérdida, miedo a los celos, miedo al miedo, miedo a todo. Te planteas huir de todo, pero eres consciente de que huir es lo que llevas haciendo toda tu vida y te ha traído hasta este punto. 
Quieres cincelar las decisiones tomadas, sin darte cuenta de que la figura ya está acabada por ese lado y que lo único que lograrás es perder el tiempo. El tiempo que no valoras en los primeros años, porque tienes toda la vida por delante, el tiempo que te escasea cuando la vorágine de la vida te arrastra y el tiempo que te sobra ahora, cuando no tienes ilusión por hacer nada. 
Sigue en el agujero oscuro, con un cúmulo de imágenes y sensaciones a su alrededor. Quiere ser, pero él mismo se lo impide. Está tan cegado por la derrota que no alcanza a ver a su lado las herramientas que le permitirían salír. 

      Siempre dijo que le gustaba la soledad, ahora le asquea. Quería soledad, no sentirse solo. Estar solo al igual que vivir sin amor es una cadena demasiado grande que atraparía al más fuerte de los hombres. Se le clavarían hasta la médula impidiéndole respirar ni moverse, dejándole solo con la sensación de que podría haberlo mejor, mucho mejor. Sus cadenas están tan marcadas que forman parte de su piel. Pero no fue hasta ahora cuando se dio cuenta de que podría utilizarlas para su provecho. La única forma de quitarse la cadena era romper cada recuerdo que tanto daño le había hecho. Desprenderse de él y perdonarse a si mismo. La fuerza de la cadena está en los eslabones, esas pequeñas grandes cosas que se han ido acumulando, mientras la cadena ganaba fuerza nosotros la perdíamos. 

Fue recordando la historia de cada eslabón y rió, porque lo que su día fue drama hoy es comedia y mañana será otro recuerdo más. Quitó y quitó eslabones, unos más pesados, otros que no lo eran tanto pero que a la vista parecían mayores hasta deshacerse de todos. Los vio tirados en el suelo, un montón de hierro desgastado, oxidado, que hasta ahora había sido toda su vida. Por un momento estuvo a punto de recogerlos, es difícil salir de la rutina en que se ha convertido tu vida durante tanto tiempo. Se contuvo, por primera vez, sin el peso, sentía que podría caminar hacía un futuro incierto pero que iría formando paso a paso. Dejó atrás aquel cúmulo de despropósitos que había sido una vez y se dirigió a la salida de la cueva. No sabía cuanto tiempo había permanecido allí, pero no le importaba. El tiempo empezaba a contar a partir de ahora. Ahora le tocaba vivir, había estado muerto demasiado tiempo. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanta, me siento muy identificada.

Pablo Balsera dijo...

Muchas gracias Rosa mas negra, me encanta que te encante.

Hera dijo...

Qué difícil es vivir sin amor, pero qué difícil es también el vivir atrapados en él..., qué difícil es decidir si queremos que sea la soledad nuestra compañera, aunque a menudo sea ella la que decida a quién acompañar. Un texto delicioso B.A.L.

Pablo Balsera dijo...

muchas gracias Hera, estoy de acuerdo, esa dualidad de la que hablas es tan complicada que hace que merezca la pena enamorarse y a su vez apreciar lo que te aporta la soledad cuando no lo estas.

Pablo Balsera dijo...

muchas gracias Hera, estoy de acuerdo, esa dualidad de la que hablas es tan complicada que hace que merezca la pena enamorarse y a su vez apreciar lo que te aporta la soledad cuando no lo estas.